Se repitió la historia, nomás. Como en el Apertura, cuando Boca se repuso de la desventaja numérica sufrida tras la expulsión de Ibarra y ganó el superclásico merced a la contribución de un Riquelme brillante y un gol de Viatri. Esta vez, la historia pintaba aún más brava para el cuadro de Ischia, porque se quedó sin Battaglia y enseguida padeció el tanto de Cabral. Pero Boca, una vez más, demostró una fortaleza anímica inmensamente superior a la de su eterno rival y tuvo premio con yapa: se asegurará el Pentagonal de verano con sólo igualar ante Racing, el martes. En esta oportunidad, el chico de la tapa fue Dátolo, autor de los dos goles (uno de penal), aunque sostenido por una fuerza colectiva enorme, con un puñado de destacadas actuaciones individuales y la mano sabia de Ischia para tornar favorable el curso del partido desde los cambios. En contrapartida, de nuevo se vio a un River sin futbol y sumergido en una fragilidad espiritual alarmante.
Ganó Boca y estuvo bien, porque fue más inteligente y dominó desde el ánimo en el marco de un encuentro deslucido. River tuvo su gran oportunidad en el primer tiempo, cuando quedó con un jugador más tras el artero patadón de Battaglia (bien expulsado por Baldassi, de buena actuación) y al minuto se colocó en ventaja en una acción que se inició en un envío aéreo de Abelairas, la posterior equivocación del paraguayo Cáceres en el rechazo, un remate de Rosales que encontró rebote en Ayala y la aparición de Cabral para empujarla con un cabezazo.Sin embargo, el elenco conducido por Gorosito se apichonó. En lugar de abrir la cancha para buscar los espacios, se cerró.Y en vez de arrinconar a su rival, prefirió retrasarse. Grave error, porque enseguida Boca se encontró con la igualdad a través de un remate de Roncaglia que Dátolo empujó a la red, reestableciendo no sólo la paridad en el marcador, sino abriendo el margen para la puja anímica tras un primer tiempo dominado por el vértigo, sin fulgores en Gracián ni Buonanotte (los encargados de la pausa y la generación de juego) y con escaso brillo futbolero.
Boca ganó por robo en el duelo de espíritus. E Ischia fue fundamental: mandó a la cancha a Chávez en lugar de Gracián y luego colocó a Noir por Mouche. La apuesta salió redondita, porque el Pochi contagió con sus ganas y hasta colaboró en la recuperación, se fortaleció el tándem Morel-Dátolo y, con un hombre menos y sin enganche, resultó una tentación apostar a la velocidad de Noir. Y así cayó la definición: el delantero le ganó la cuerda a Abelairas, se metió en el área y recibió la infracción. Baldassi sancionó correctamente el penal y Dátolo, con un remate a la izquierda de Vega, puso el 2-1.
River se desmoronó y si no había pateado al arco desde el inicio del complemento hasta entonces, menos lo hizo después. Pese a la exigua diferencia en el marcador, la historia quedó resuelta con anterioridad a partir de una enorme brecha entre el espíritu de cada uno. Sobre el final, la expulsión de Ferrari fue un retrato del momento. Boca se agrandó otra vez y volvió a gozar. De nuevo, a River le tocó penar.
Texto y foto www.tycsports.com
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