Una Selección sin fútbol puso coraje para remontar la adversidad y quedar muy cerca de una victoria heroica, tras un primer tiempo fatídico y que por momentos amagó con depararle una jornada catastrófica al equipo nacional. Pudo ser peor y también mejor, según la porción de partido que se considere. Quedan el sacrificio y las ganas como paliativos de la ausencia de fútbol. Queda una imagen maquillada del equipo de Basile, tras un nuevo empate en Buenos Aires ante Paraguay, que lo dejó con las ganas de treparse a la punta.
Las cosas no pudieron ser peores para Argentina durante esa primera mitad. Un tiro libre de
Riquelme que se estrelló contra el travesaño despertó una tibia ilusión, pero en adelante a la Selección le salió todo mal, al punto que Paraguay se encontró en ventaja en el marcador y con superioridad numérica sin haber producido nada en el área rival. Por meras culpas propias, el equipo nacional se hizo un gol en contra. Y por la misma causa se quedó con un jugador menos. Para completar el fatídico escenario durante los 45 minutos iniciales, Abbondanzieri se lesionó en la rodilla en la jugada del gol. Peor, imposible.
A la Argentina ya le costaba mucho generar fútbol desde antes de la sucesión de desgracias. Riquelme fue absorbido por la marca y produjo muy poco, mientras Messi abusó de la frontalidad sin pausa y pecó de egoista. Sólo Tevez insinuó algo al principio y fueron repetidas las postales de Mascherano y Di María intentando suplir con piernas la falta de pie. Paraguay lucía muy ordenado y había digitado un buen plan para llevarse el punto que vino a buscar: sacó provecho de un desarrollo vertiginoso y friccionado en la cancha mojada, ganó todos los rebotes en el medio y no dejó jugar a la Argentina. Como rúbrica de su bienaventuranza, el elenco guaraní se encontró con la apertura del marcador: Morel mandó la pelota al corazón del área, Heinze cometió un grosero error de cálculo tras dejar picar la pelota y cuando esta lo superó cabeceó contra su propia valla, venciendo la salida de Abbondanzieri, quien chocó su rodilla contra los tapones del botín derecho de Haedo (la jugada bien pudo ser anulada por infracción) y salió lesionado, dejándole su lugar a Juan Pablo Carrizo.
Enseguida, la Selección se dejó ganar por el nerviosismo y el desconcierto. Ya ni siquiera pudo acercarse al arco rival. Y ni hablar cuando Tevez, en una clara exhibición de impotencia, le metió un planchazo descalificador a Da Silva y recibió la roja directa. El final del primer tiempo resultó un alivio para un equipo nacional sin calma ni referencias ofensivas.
Para el inicio del complemento, Basile arriesgó con el ingreso de Agüero por Di María (con voluntad pero poco fútbol, redondeó un discreto debut) e incluyó al Cata Díaz, quien se paró por derecha y fue el más adelantado de una defensa que pasó a jugar con tres hombres. Zanetti subió varios metros y se movió por el medio, Mascherano fue entonces el volante central y Cambiasso se ubicó a la izquierda. Y con el Kun en la cancha, Argentina encontró una referencia ofensiva y un socio para Messi, cuya sociedad con un Riquelme poco participativo no funcionó. Y así llegó el empate. El crack del Barcelona encaró con pelota dominada y le sirvió el gol al del Atletico de Madrid, quien apenas tuvo que tocar suave y cruzado con zurda para batir a Villar.
El gol fue una gran inyección de confianza para el seleccionado, que desde entonces empezó a generar verdadero peligro sobre el arco paraguayo. Coloccini, solo, se lo perdió de cabeza. Al toque, un zurdazo de Agüero (lejos de sus mejores destellos, les bastaron 45 minutos para ser el mejor atacante de la cancha y figura del encuentro en un marco general pobre) y rozó el palo izquierdo. Enseguida, Zanetti y el Kun se lo perdieron en una misma jugada. Pura voluntad y sacrificio, y pese a la inferioridad numérica, la Selección construyó una actuación que mejoró en gran parte su imagen y lo colocó muy cerca de una victoria que habría sido heroica.
Texto y foto www.tycsports.com
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