Una fábrica abandonada (Siam) con calles de tierra a su alrededor. Un terreno descampado, y al lado un barrio de emergencia y el Riachuelo, en su sector más contaminado. Un olor penetrante y la sensación de soledad y peligro inminente. De repente, un chico de no más de 12 años salta el paredón que divide la Villa Zabaleta del estadio del Club Atlético Victoriano Arenas en busca de un objetivo claro: robar un balón durante el entrenamiento del plantel. Esta situación, curiosa para cualquier otro club del mundo, se convirtió en una constante dentro de esta humilde institución que participa en la Primera D.Si bien la cancha está desde siempre en Molinedo y Rucci, Piñeyro, Avellaneda (la sede social se encuentra en Valentín Alsina, partido de Lanús), este problema es medianamente nuevo, y ya se ha convertido en un dolor de cabeza tanto para jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. "Es imposible seguir así. En el transcurso de la temporada, la gente del asentamiento ya nos afanó casi 20 pelotas -cada una tiene un costo de $ 90-. Y lo peor es que las venden y con ese dinero compran paco. Después, cuando uno se acerca a convencerlos de que lo que hacen está mal, no se les puede hablar porque están dados vuelta". Este fuerte testimonio, con carga de dolor e indignación, pertenece a Domingo Sganga, presidente del CAVA desde hace cuatro años y medio, y a dos de finalizar su mandato. No es para menos: no resulta sencillo convivir con la delincuencia, y menos si no hay soluciones a la vista. ¿Por qué? El lugar se ha transformado en tierra de nadie, y la Policía no protege la zona como correspondería. "Cada tanto se ve un patrullero, pero siempre está al lado de Siam, la fábrica abandonada (a unos 300 metros del estadio). Claro, ahí hay sombrita. Tendría que ubicarse en la puerta del club para evitar que ingrese cualquiera. Porque estos individuos también se meten por la entrada, como si fuera su casa", dice Cristian Buglione, goleador del equipo. Si bien durante las jornadas en las que hay partido no se presentan los mayores inconvenientes (ojo, hubo casos en los que periodistas e hinchas padecieron en carne propia diferentes hurtos), el dilema sucede en el día a día, cuando los jugadores deben presentarse a los entrenamientos. Ahí, los habitantes de la villa aguardan el momento en que las pelotas traspasan los límites del Saturnino Moure (NdeR: se llama así en honor a un ex presidente de Arenas) para apoderarse de ellas. Y cuando alguien del club les gana de mano, la lluvia de piedras está a la orden del día. Pero no todo queda ahí: en más de una ocasión, también se llevaron pecheras y otros elementos de la utilería. "Es una cosa terrible. Es normal escuchar disparos o ver pasar las balas en plena tarde. Nosotros ya nos acostumbramos, pero no te voy a mentir... Sentimos mucho miedo. Yo me crié acá y voy a las prácticas en bondi o bicicleta, pero algunos compañeros se juntan en grupos de cuatro o cinco para no llevarse una ingrata sorpresa", explica Luis Leiva, de 37 años, quien realizó toda su trayectoria en Victoriano, donde está desde 1987.Los blancos perfectos para estos delincuentes son aquellos jugadores más jóvenes, ya que presentan menor resistencia. Hace un año debieron frenar la práctica para recuperar un bolso con las pertenencias de un miembro del plantel. Uno de los más golpeados por esta crisis es Darío Cassinerio, el director técnico, quien llegó al club en noviembre de 2002, cuando comenzó el primero de sus dos ciclos en Victoriano. "Antes no era tan grave. Incluso, a veces se nos escapaba una pelota y nos la devolvían. Ahora se quedan con todas. Robar es su forma de ganarse la vida. Justo escuché que prometieron que van a poner una garita. La verdad es que me da un poco de temor hablar de esto, porque mirá si alguien reacciona... Pero siento que ya no queda otra", afirma resignado el entrenador. Por su parte, el presi, quien aún no dialogó con dirigentes de la AFA para comunicarles el conflicto (el sábado recibe a Ituzaingó), cree que la solución sería que la zona pase a manos de Prefectura o Gendarmería, dada la cercanía con el Riachuelo.Ya alejado de la institución por motivos futbolísticos, el DT Roberto de Coster -estuvo un año al mando del equipo- fue otro de los que pasó por momentos difíciles: "Era una constante. Los chicos volvían al vestuario y encontraban sus bolsos abiertos. Les faltaba ropa y celulares. Eso, sumado a lo de las pelotas y pecheras, significa una pérdida irreparable. La economía está muy complicada. Más allá de que no pertenezco más a Victoriano, lo quiero mucho y le deseo lo mejor".El Celeste, que contó con figuras de la talla de Norberto Outes, hoy posee unos 400 socios, que no pueden disfrutar de las instalaciones por miedo. De hecho, es frecuente ver a estos pequeños delincuentes meterse, obviamente sin autorización, en la pileta lindera al campo de juego. "No se puede creer cómo las mismas personas que cometen los delitos, luego aparecen por el club con total impunidad.", manifiesta Cassinerio.Olé se comunicó dos veces con la Comisaría 2ª, donde está radicada la denuncia que hizo el club, encargada de los operativos policiales, pero el capitán nunca respondió los llamados, y un tal agente García no quiso brindar información. Está claro que la solución no aparecerá de un día para el otro. El problema debe ser tratado desde su raíz. La carencia de contención familiar influye en la psicología de los delincuentes, quienes se encuentran lejos de la búsqueda de un futuro seguro, y a base de un trabajo digno. Lo cierto es que por el bien de Victoriano Arenas (si no quiere terminar como San Telmo o Central Ballester), del fútbol argentino y de toda la sociedad en sí, la cosa no puede continuar de esta manera. Sea quien sea, alguien debe tomar cartas en el asunto para acabar con una cuestión terminal con la que el país ya se acostumbró a convivir desde hace mucho tiempo.
Texto de : www.ole.clarin.com
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