Alguna luz amarilla quedará encendida un buen tiempo en el tablero del campeón, y deberá analizar hasta entender por qué una serie que debió ser goleada, paseo, floreo y baile de carnaval estuvo a 13 minutos de los penales. La máxima que el fútbol se emparejó no llegó al Ecuador, al menos no a Riobamba. Porque Olmedo es un equipo que haría agua en un Argentino B, que tiene jugadores de movimientos grotescos, que son capaces de patear al arco desde atrás de la mitad de la cancha por el solo hecho de liberarse del compromiso de tener la pelota y hacer algo más con ella que no sea revolearla a cualquier parte. Una extraña alquimia fue enredando al local en su propio apuro, hasta hacerle creer que enfrente tenía un jeroglífico táctico, cuando en realidad no había más que un rival desesperado por sobrevivir hasta el próximo minuto, para recién después pensar qué hacer para no morir en el siguiente. Y así.Lanús fue impreciso, discontinuo para buscar el juego rápido y por abajo, atolondrado por pensar en la gambeta siguiente, el pase posterior, antes que en resolver el problema que tenía bajo sus pies. No lo ayudó la suerte, la fortuna, o como se quiera llamar, porque cada vez que definió bien encontró un tobillo, una cabeza, un rebote, que le salió para el otro lado. Con 11 jugadores de Olmedo y unos nueve de Lanús metidos en campo visitante, el metro cuadrado cotizaba más que en Las Cañitas. El gran aliado del equipo ecuatoriano fue su espíritu solidario para tapar huecos y socorrer a compañeros en apuros, y su gran capacidad para mandar la pelota lo más lejos posible. Y el campeón también puso lo suyo: con un Blanco apurado y sin brújula, con Sand a contramano y sin fe, con Acosta como el más lúcido delantero que no encontró a uno que jugara a su velocidad, mental y física. Así y todo, Guerrón salvó de milagro en la línea un frentazo de Fritzler, y el arquero Caicedo (que entró por el lesionado Villarfuerte) puso el pecho a un balazo de Valeri que debió haber sido gol y nadie se dio cuenta.Justo cuando el campeón entraba en el juego pequeño de reclamos y rezongos, justo cuando Olmedo sacaba provecho de su demora eterna y sus heridos de muerte que después salían saltando como conejos, un cabezazo de Fritzler abrió un arco que parecía apestado con ruda macho. Biglieri le dio vértigo y precisión; Blanco fue otro jugador, Valeri asumió su liderazgo cada vez más vital; Pelletieri puso gamba y fútbol. Y el peso de unos y otros, la categoría y la sideral diferencia técnica se hizo carne en una goleada que llegó una hora tarde, cuando más que un sketch de Olmedo el partido era una película de Sandrini, ésas que te hacen llorar, y después te hacen reír sin avisar siquiera...
Texto de www.ole.clarin.com
Foto de www.tycsports.com
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